domingo, 4 de octubre de 2015

Gibraleón: Un corregidor del Marquesado terminó en la cárcel tras acosar a solteras, viudas y hasta monjas

Panorámica Gibraleón
Panorámica actual de Gibraleón
Gibraleón, 04.10.15.- (Leído en HuelvaHOY) “Cuando el conde Belalcázar nombró como nuevo corregidor y justicia mayor de la villa de Gibraleón y su marquesado al sargento mayor Miguel Guerrero de Bolaños, en virtud de los poderes otorgados por su padre, el duque de Béjar a finales de 1740, nunca alcanzaría a sospechar en qué clase de hombre iba a delegar el gobierno de sus tierras onubenses”. Así lo apunta el historiador Antonio Mira Toscano en un extenso artículo que, bajo el título ‘El comportamiento sexual compulsivo y violento de un corregidor del Marquesado de Gibraleón a mediados del siglo XVIII’, incluye la revista que con motivo de la Feria de Cartaya edita estos días el Ayuntamiento de la localidad.
Y es que, según se cuenta en dicha publicación, hasta ese año, el peculiar personaje había ocupado el mismo cargo en la localidad pacense de Burguillos del Cerro “y no hubo de pasar mucho tiempo para que, enfrentado a la oligarquía local, llegara a oídos tan puros y piadoso como los de su madre la duquesa Ana María de Borja los múltiples y fundados rumores de su escandalosa vida”.

En este artículo se indica que en las villas de Gibraleón y Cartaya “no había moza, mujer casada, viuda y hasta monja de convento que no se viese en algún momento violentada por su incontrolable deseo carnal”.

Y añade que “bien por esta irrefrenable adición (al sexo) o víctima de una confabulación el corregidor vino, muy a su pesar, a dar con sus huesos en la cárcel”.

En concreto, al corregidor se le acusaba de aprovecharse de su “privilegiada autoridad” para cometer impunemente todo tipo de “tropelías” contra cualquier vecino, especialmente aquellas mujeres de las que se “encaprichaba”.

Castillo de Gibraleón (ASC)
Abochornada la duquesa, según relata Mira Toscano, por la “crueldad” de aquellos relatos, ordena en marzo de 1744 al fiel escribano público de Cartaya Juan Núñez Cortés que averiguase la veracidad de tales comentarios. Este último, coon la ayuda de un amigo de Gibraleón, realizará un pormenorizado informe de unos hechos calificados por su autor como “lujuriosos, obscenos y sucios”, como consecuencia del comportamiento “sexual compulsivo” de Guerrero de Bolaños.

Tan extensa llegó a ser la relación de denuncias que, según llega a reconocer dicho escribano, hubo de ser “limada” con la supresión de aquellas tildadas como más escabrosas y con objeto de no dañar los educados oídos de la duquesa.


El culmen de su atrevimiento sería intentar “sobrepasarse” con las monjas de clausura del convento de Nuestra Señora del Vado de Gibraleón. “Con el pretexto de pesar carbón acompañado del hermano de la priora entraba en este cenobio, sin que las religiosas pudieran impedirlo. Anduvo con plena libertad por sus corredores, y con tanto atrevimiento y osadía que obligó a la priora a esconderse fuera de su celda, no sin antes obligar a las demás monjas, presas del pánico, a encerrarse en sus propios aposentos con sus cerrojos corridos”.

Iglesia Santiago en Gibraleón “A pesar del gran alboroto –añade el investigador- que produjo la presencia del seglar dentro de los muros, éste no tuvo inconveniente alguno en permanecer sentado durante más de hora en la celda de la priora. Ello la obligó a salir de su escondrijo y junto a otras tres religiosas hacer frente al descarado corregidor, gritándole que había perdido el respeto a Dios, como a la religión y sus superiores”.

Sin embargo, tan seguro estaba el corregidor de su poder que posteriormente ingresó a una hija pequeña en el convento olontense. “Conocedoras las religiosas de su derecho a visitarla con frecuencia, ordenaron como remedio a nuevos episodios colocar una reja en la habitación que permitía el contacto restringido con las hermanas a pesar de la clausura”, agrega el historiador.


Otro de los casos lo protagoniza una “mocita” de Gibraleón, en cuya casa entraba y salía a menudo el corregidor y, tras dar a luz, nadie dudó de la identidad del padre del recién nacido. La mujer, para evitar los comentarios de la vecindad, se marchó a Trigueros tras su parto.

Vista de un costado Otra de sus ‘víctimas’ fue la hija de una “viuda menesterosa e infeliz” de Cartaya, María de la Cruz, y cuya casa visitaba a menudo, de día y de noche, desde que la conoció. Un día el sacerdote de la villa, Alonso Palomo, al no encontrar a Miguel Guerrero, fue a buscarlo a dicho domicilio y lo halló echado en el suelo, detrás de la puerta y con la cabeza sobre el muslo de la “mocita”. Ella, en cambio, tenía el sombrero del corregidor puesto sobre su cabeza. Tan “impropia escena” escandalizó al cura, abandonando precipitadamente la vivienda en dirección a casa del escribano para contárselo. Sin embargo, tras averiguaciones, éste último sabía que no podía contar con el testimonio de la joven y menos de su madre y hermanos, ya que Guerrero de Bolaños solía agraciar con “miles de favres”, más que si fueran hijos propios.

(Imágenes: Dos panorámicas de Gibraleón en la actualidad, las ruinas del Castillo, la iglesia de Santiago y el convento del Vado tras su restauración)

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