La vida le había dado tantos palos que apenas recordaba la primera vez que fue metido entre rejas. Sabía que ese era su destino y que por mucho que se esforzara, tarde o temprano terminaría compartiendo sus días y noches con delincuentes.
Pero el abuelo no se consideraba un delincuente. Robaba por necesidad y su máxima siempre era no hacer daño físico a nadie y menos a las mujeres y niños. Mujeres y niños. Cada vez que veía a una mujer o a un niño no podía reprimirse y de sus ojos brotaban dos lágrimas que le recordaban lo que la vida le había negado.
De pequeño siempre soñó con echarse novia, casarse y tener hijos. Seguir el ejemplo de su padre, al que admiraba por encima de todas las cosas.
Sin embargo, sabía que, por mucho que lo intentase, nunca llegaría a ganarle en honradez y en capacidad de trabajo. Aunque eso de que su padre hubiese sido tan trabajador tampoco le hacía demasiada gracia y pensaba que ese podría haber sido el origen de sus males. Si su padre le hubiese prestado más atención en su conflictiva juventud y le hubiese permitido menos caprichos, tal vez ahora no tendría que lamentarse tanto de su mala suerte. Mala suerte. Sabía que eso tan poco tangible de la suerte no existía, que todo era cuestión de currárselo y de cultivar para luego recoger frutos.
Tras la muerte de sus padres, el abuelo creció sin amigos y sin un techo en el que pasar la noche. Aunque, en realidad, muchas noches sí que las pasaba bajo el techo de la cárcel.
No tenía trabajo fijo, salvo los recados que le pedía que hiciese algunos de los ricachones de aquel polígono industrial que solía merodear para cobijarse del del frío y la lluvia.
Por ello, apenas disponía de dinero con el que invitar a otros mendigos como él para endulzarse la vida por unas horas en la cercana Nochebuena.
Sin embargo, no era eso lo que más le preocupaba. Lo que más le hacía sufrir era pasar la noche entre rejas, esa noche. Por eso, en los días previos al 24 rezaba por pasar la nochebuena como en los últimos años, con un bocadillo, un vaso de vino y, eso sí, la foto de sus padres cerca. Eso no podía faltar. Sabía que así le ponía rostro a aquellas dos de las estrellas del cielo, que tanto parpadeaban cuando cada noche las miraba y que, no cabe duda, eran su madre y su padre.
Pero el frío y la lluvia de las últimas semanas le jugaron una mala pasada a tres días de la Nochebuena. Una mañana despertó, sin saber cómo, en una cama, vestido de blanco, con agujas y gomas en el brazo. Estaba en un hospital. No pasaron ni cinco minutos cuando alguien vestido de médico entró por la puerta y le dijo que había contraído una neumonía y que tendría que permanecer ingresado durante varias semanas. Le dijo al médico que sí pero cuando éste se fue comenzó a idear su fuga. Pasar la Nochebuena allí sería terrible. Acostumbrado como estaba a desarle feliz navidad a la gente, en la calle, esa noche no sería lo mismo allí metido. Por eso, no dudó ni un segundo en aprovechar la tranquilidad del hospital al caer la tarde para escaparse. Y vaya si lo consiguió. Sabía que estaba mal, muy mal y que si no seguía ingresado moriría, pero le daba igual.
Lo primero que hizo en la calle fue acercarse a aquella plaza por la que pasaba tanta gente para, esta vez sin el plato de las limosnas, sólo desear feliz navidad a todo el mundo. Pasados unos minutos, el abuelo apenas lograba tenerse en pie, por lo que decidió sentarse en uno de aquellos fríos bancos desde el que, sin perder su habitual sonrisa, saludar a los transeuntes. Pasaron las horas y llegada la madrugada, a unos chavales que pasaban por allí les llamó la atención el estado, inmóvil, del abuelo, que seguía sentado en el banco. Nada más decirles feliz navidad al unísono comprobaron que el abuelo... había muerto.
Pero el abuelo no se consideraba un delincuente. Robaba por necesidad y su máxima siempre era no hacer daño físico a nadie y menos a las mujeres y niños. Mujeres y niños. Cada vez que veía a una mujer o a un niño no podía reprimirse y de sus ojos brotaban dos lágrimas que le recordaban lo que la vida le había negado.
De pequeño siempre soñó con echarse novia, casarse y tener hijos. Seguir el ejemplo de su padre, al que admiraba por encima de todas las cosas.
Sin embargo, sabía que, por mucho que lo intentase, nunca llegaría a ganarle en honradez y en capacidad de trabajo. Aunque eso de que su padre hubiese sido tan trabajador tampoco le hacía demasiada gracia y pensaba que ese podría haber sido el origen de sus males. Si su padre le hubiese prestado más atención en su conflictiva juventud y le hubiese permitido menos caprichos, tal vez ahora no tendría que lamentarse tanto de su mala suerte. Mala suerte. Sabía que eso tan poco tangible de la suerte no existía, que todo era cuestión de currárselo y de cultivar para luego recoger frutos.
Tras la muerte de sus padres, el abuelo creció sin amigos y sin un techo en el que pasar la noche. Aunque, en realidad, muchas noches sí que las pasaba bajo el techo de la cárcel.
No tenía trabajo fijo, salvo los recados que le pedía que hiciese algunos de los ricachones de aquel polígono industrial que solía merodear para cobijarse del del frío y la lluvia.
Por ello, apenas disponía de dinero con el que invitar a otros mendigos como él para endulzarse la vida por unas horas en la cercana Nochebuena.
Sin embargo, no era eso lo que más le preocupaba. Lo que más le hacía sufrir era pasar la noche entre rejas, esa noche. Por eso, en los días previos al 24 rezaba por pasar la nochebuena como en los últimos años, con un bocadillo, un vaso de vino y, eso sí, la foto de sus padres cerca. Eso no podía faltar. Sabía que así le ponía rostro a aquellas dos de las estrellas del cielo, que tanto parpadeaban cuando cada noche las miraba y que, no cabe duda, eran su madre y su padre.
Pero el frío y la lluvia de las últimas semanas le jugaron una mala pasada a tres días de la Nochebuena. Una mañana despertó, sin saber cómo, en una cama, vestido de blanco, con agujas y gomas en el brazo. Estaba en un hospital. No pasaron ni cinco minutos cuando alguien vestido de médico entró por la puerta y le dijo que había contraído una neumonía y que tendría que permanecer ingresado durante varias semanas. Le dijo al médico que sí pero cuando éste se fue comenzó a idear su fuga. Pasar la Nochebuena allí sería terrible. Acostumbrado como estaba a desarle feliz navidad a la gente, en la calle, esa noche no sería lo mismo allí metido. Por eso, no dudó ni un segundo en aprovechar la tranquilidad del hospital al caer la tarde para escaparse. Y vaya si lo consiguió. Sabía que estaba mal, muy mal y que si no seguía ingresado moriría, pero le daba igual.
Lo primero que hizo en la calle fue acercarse a aquella plaza por la que pasaba tanta gente para, esta vez sin el plato de las limosnas, sólo desear feliz navidad a todo el mundo. Pasados unos minutos, el abuelo apenas lograba tenerse en pie, por lo que decidió sentarse en uno de aquellos fríos bancos desde el que, sin perder su habitual sonrisa, saludar a los transeuntes. Pasaron las horas y llegada la madrugada, a unos chavales que pasaban por allí les llamó la atención el estado, inmóvil, del abuelo, que seguía sentado en el banco. Nada más decirles feliz navidad al unísono comprobaron que el abuelo... había muerto.
8 comentarios:
Precioso el cuento Antonio, que ya te leí... en El Mundo hace unos cuantos años ¿¿me equivoco??. Feliz Navidad para tí y los tuyos en estas fechas repletas de regulaciones de empleo y de noticias de crisis. Felicidad y ojalá y 2009 no sea tan malo como muchos tememos.
Desde Ayamonte, Isabel.
Feliz Navidad a todos los que nos encontramos por aquí de vez en cuando.
ANTONIO, GRACIAS POR TU TIEMPO Y POR ESTAR AHÍ. V.C.
Hola a todos, pues en efecto el cuento lo publiqué hace unos años, creo que allá por 2003 ó 2004 en la columna que publicaba entonces en El Mundo bajo el título 'A propósito', ha llovido mucho desde entonces pero los sentimientos y lo que encierra el relato sigue muy vigente. ¿Como van a pasar de moda o van a perder vigencia los sentimientos?. Espero que nunca.
Saludos desde Isla Cristina y gracias a los amig@s que por aquí pasamos a menudo, y cuidadín (in, in) con el turrón (on,on). Jajajajaja, Felicidades a todo el mundo mundial...
""...Lo primero que hizo en la calle fue acercarse a aquella plaza por la que pasaba tanta gente para, esta vez sin el plato de las limosnas, sólo desear feliz navidad a todo el mundo. Pasados unos minutos, el abuelo apenas lograba tenerse en pie, por lo que decidió sentarse en uno de aquellos fríos bancos desde el que, sin perder su habitual sonrisa, saludar a los transeuntes. Pasaron las horas y llegada la madrugada, a unos chavales que pasaban por allí les llamó la atención el estado, inmóvil, del abuelo, que seguía sentado en el banco. Nada más decirles feliz navidad al unísono comprobaron que el abuelo... había muerto...""
DE TODO EL CUENTO, ME QUEDO CON ESTE TROZO. PRECIOSO. Y MUY TRISTE. TODO UN EJEMPLO A SEGUIR, EL DE QUIEN PESE A ESTAR MUY MUY MAL MUERE HACIENDO FELIZ A LOS DEMÁS. FELIZ NAVIDAD.
Cuántos caminos debe un hombre recorrer antes que lo llamen hombre?
¿Cuántos mares deberá una paloma blanca sobrevolar antes que pueda dormir en la arena?
¿Cuántas veces, aún, las balas de cañon volarán antes de ser prohibidas para siempre?
¿Cuántos años debe una montaña existir antes que se deshaga en el mar?
¿Cuántos años debe alguna gente vivir antes de que se les permita ser libres?
¿Cuántas veces puede un hombre volver su cabeza y fingir que simplemente no ve?
¿Cuántas veces debe un hombre mirar para arriba antes que pueda ver el cielo?
¿Cuántos oídos debe un hombre tener hasta que pueda oir el llanto de su próimo?
¿Cuántas muertes serán aún necesarias hasta entender que mueren demasiadas personas? ¿Cuántos kilómetros debemos aún recorrer, hasta alcanzar la ciudad del amor?
¿Cuántas vidas aún serán castigadas por el flagelo de la guerra hasta que finalmente, la paz, comience a reinar?
La respuesta, mi amigo, está soplando en el viento.
Feliz Navidad a todos, a los buenos, a los malos, a los cercanos, a los lejanos, a todos, y a todas...
muchas felicidades y prospero año nuevo a todo el personal
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