Germa Márquez no recuerda cuando comenzó a dibujar pero, eso sí, reconoce que no entiende su vida sin la pintura y sin las satisfacciones que le produce. Y ello pese a que “ser artista –reconoce- es una decisión arriesgada en los tiempos que corren”. “Es mi prioridad y mi elección y siempre tuve claro que quería dedicarme a ello. En el colegio era una vía de escape, me inventaba historias y pintarrajeaba los cuadernos y los libros, con la consecuente bronca de las profesoras”, explica.
De aquella época, también recuerda que tenía problemas para relacionarse con el resto: “era la ‘niña rara’ de la clase, arisca, callada, distante y siempre en la luna". Lo único que le interesaba eran las ilustraciones de los libros de Historia o las estampitas de los textos bíblicos, por lo que su paso por la escuela (de monjas) “fue una experiencia de la que solo saqué infinidad de suspensos y la recomendación de que "me pusiera a trabajar cuanto antes porque no valía para estudiar".
Aunque nace en Francfort (Alemania), desde los nueve años reside en Ayamonte, donde se inició en el mundo de la pintura de la mano del recordado Ramón Delgado Martín, en cuyo estudio tuvo la suerte de conocer a Lola Martín, otra de las inolvidables pintoras ayamontinas, con quien compartió muchas tardes frente al caballete y de quien guarda un grato recuerdo.
La artista cuenta que, después de llevar a cabo diversos trabajos aunque sin abandonar el hábito de la pintura, se decidió a sacar los estudios necesarios para ingresar en Bellas Artes. “Fue una experiencia inolvidable y enriquecedora –dice-, pero con el regreso a mi pueblo, ante mí se abría un panorama abrupto y un futuro incierto, sobre todo por la decisión de dedicarme profesionalmente y de lleno a la pintura con un lenguaje bastante alejado de la llamada ‘Escuela Ayamontina’: la mentalidad educada en un tipo de arte preciosista pero que, desafortunadamente, se cerraba a todo lo que se aparta de esta tradición pictórica”.
Para Germa Márquez, la pintura no ha sido jamás una afición sino la “necesidad de comunicación”. “No hay nada mas importante para mí –dice- que crear un hilo, un nexo, entre la obra y quien la contempla. Pretendo no dejar indiferente al espectador y que se haga preguntas. No quiero decir con esto que la obra tenga que tener más o menos aceptación o una calidad fantástica, para mí eso es indiferente. Me preocupa el diálogo que se pueda establecer, eso es lo prioritario, por encima de lo comercial y de la pintura como adorno, algo que me parece erróneo y desfasado”.